La Lluvia del Dragón y el Usurero de las Siete Bolas — Usujuegos
La Lluvia del Dragón y el Usurero de las Siete Bolas
Una leyenda de Halloween en el Reino de Usujuegos
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Cuentan las crónicas de Usujuegos, ese reino escondido entre nieblas de otoño y luces de taberna, que cada año, cuando la luna de Halloween alcanza su cénit y los relojes marcan la medianoche del torneo de mus, se abre el cielo y desciende el Usu Dragón.
No es una bestia de fuego y destrucción, sino un ser antiguo, de mirada sabia y aliento dorado, que en lugar de llamas exhala una lluvia de esferas resplandecientes: las legendarias bolas del dragón.
Durante las dos semanas previas, los caballeros, pícaros y damas jugadoras del reino compiten por conseguir las siete distintas. Las ganan con astucia en tableros de mus, tute o chinchón, apostándolas en partidas a la luz de velas que parpadean como si adivinaran la llegada del dragón.
Quien logra reunir las siete se dirige, con el corazón en un puño, hasta la cabaña del Usurero, un viejecito que vive en el borde del bosque, rodeado de velas y relojes sin hora.
Allí deposita sus siete bolas sobre la mesa y murmura las palabras antiguas:
—Te ofrezco mi suerte, y te invoco, Usu Dragón…
Entonces, el cielo tiembla, el viento se arremolina, y del firmamento cae un resplandor que despierta hasta a los cuervos dormidos. El dragón surge, inmenso y majestuoso, y otorga al invocador Horóscopos Mágicos, pequeñas tablillas del zodiaco imbuidas de fortuna.
Cada cuatro horóscopos pueden ser entregados al viejo usurero, que los observa con lupa y, si forman una combinación ganadora, recompensa al jugador con usuros, las monedas encantadas que tintinean como si rieran.
Así ha sido durante generaciones.
Pero aquella noche de Halloween, algo fue distinto.
El Usurero notó que algunas bolas traían un brillo apagado, casi enfermo.
Los dragones, se sabe, distinguen el resplandor del engaño, y el Usu Dragón, al sobrevolar el torneo de mus, olfateó el aire y comprendió que entre los jugadores había trampa. Algunos habían falsificado sus esferas o las habían robado en partidas deshonestas, ansiosos por recibir horóscopos y usuros sin haberlos ganado.
Entonces, en lugar de lluvia dorada, el Dragón lanzó una tormenta de bruma y ceniza. Las cartas se volvieron pesadas como plomo, y los falsos vencedores vieron cómo sus bolas se deshacían entre los dedos, convirtiéndose en humo.
El Usurero, que lo sabía todo, salió de su cabaña apoyado en su bastón y dijo con voz serena:
—El dragón no castiga… enseña. Las bolas nacen del juego limpio, no de la trampa. El que engaña al dragón, se engaña a sí mismo, y sus horóscopos jamás brillarán.
Los jugadores verdaderos, los que habían jugado con honor, vieron entonces cómo el dragón descendía suavemente y, con un rugido profundo, volvía a rociarles con una nueva lluvia de bolas puras y resplandecientes.
El torneo continuó bajo ese resplandor dorado, entre risas, brindis y ecos de música medieval.
Y desde entonces, cada noche de Halloween, cuando el dragón regresa al cielo y la nieve comienza a insinuarse en los tejados del reino, los jugadores recuerdan la enseñanza del viejo Usurero:
En Usujuegos, el verdadero poder no está en las bolas que se ganan, sino en las manos que las ganan limpiamente.
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(11/10/2025) #-197.285